COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Cielos nuevos y tierra nueva
Estamos en los últimos capítulos del libro de Isaías, dónde un profeta anónimo, llamado “trito-Isaías” nos invita a reflexionar cómo Dios cambia el orden de las cosas, de las situaciones vitales y personales, aunque la persona o el pueblo no quiera o no busque al Señor. La respuesta a la iniciativa generosa de Dios determina el destino de cada ser humano y nuestra relación personal con Él.
Dos pilares fundamentales para la vida del creyente sostienen la lectura de hoy: por un lado, la memoria de Dios es “flaca” para recordar el pasado de sufrimiento, maldades pecado, esto quedará en el olvido; y por otro, Él establecerá en medio de su pueblo la alegría plena y total, el gozo definitivo.
La creación de esa alegría tiene como consecuencia el abandono de la memoria que sostiene los acontecimientos de dolor y de sufrimiento que pueden paralizar su acogida. El ser humano en ocasiones se obstina en las situaciones de sufrimiento y se siente incapaz de acoger lo bueno y definitivo que se encuentra en la comunidad humana. Por eso, Dios se compromete a crear un cielo y una tierra nuevos que traerán alegría y felicidad. Dios mismo se alegrará por el regocijo de su pueblo. Además, la alegría será continua, permanente: no la interrumpirá ni llanto ni queja. No solo no habrá quien muera como niño de pocos días, sino que vivirá hasta cien años como signo de bendición del mismo Dios.
En el tiempo en que vivimos nos toca “recolocar” nuestra memoria de aquello que nos ha acontecido, no enquistarnos en el sufrimiento para poder acoger todo lo bueno que la vida nos regala. Dios “pierde” la memoria de lo que el pueblo ha hecho con Él, no escucharle, no buscarle, no confiar para crear la plena armonía en este mundo con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. ¿estamos dispuestos a alegrarnos por ello?
Volvió a Caná de Galilea
El evangelio de hoy nos relata el segundo signo de Jesús en el evangelio de Juan, que al igual que el primero, tiene lugar en Caná.
El evangelista señala que Jesús sale de Samaría hacia Galilea, va de regreso a su patria, de vuelta desde Jerusalén dónde dos sucesos importantes, que tienen que ver con este signo, han sido narrados por el autor. La entrevista de Jesús con Nicodemo en Jerusalén ha tenido como tema central la vida (el nacer de nuevo a una vida vida); y en Samaria una nueva conversación, en esta ocasión con una mujer, que habla del agua de la vida.
A pesar de que Juan nos recuerda el dicho de Jesús, que ningún profeta es bien acogido en su tierra, nos dice que en esta ocasión Jesús es bien recibido por los galileos que recuerdan lo que han visto que ha hecho el Maestro durante la fiesta de la Pascua.
El signo tiene lugar en Caná, donde había convertido el agua en vino, allí estaba Jesús cuando un funcionario real, que vivía en Cafarnaúm y cuyo hijo estaba enfermo, se pone en camino, sale de su casa, para buscar y rogar por su hijo a punto de morir. Salir del dolor para acudir al que puede dar la vida. Aunque en ocasiones nos deslumbren más los grandes signos o necesitemos palpar, ver, antes de creer. A la petición del funcionario Jesús le responde con el gran regalo de la vida: “tu hijo vive” y el texto dice que el hombre creyó en las palabras de Jesús. La fe es precisamente lo que nos hace ponernos en camino. El funcionario quería algo de Jesús porque probablemente había oído hablar de lo que había hecho; ahora regresa a su casa como un creyente, la palabra del Señor le ha transformado y también va a cambiar su propia existencia y la de su hijo. Son sus sirvientes los encargados de darle la noticia: tu hijo vive. De nuevo la vida sale al camino, en una hora concreta en la que la palabra de Jesús se cumple. El Señor transforma el tiempo para cada ser humano en acontecimiento creyente, en tiempo vital. Nuestro tic tac cronológico se transforma en un latido existencial, teológico, en el instante de Dios.
La hora coincide con la palabra, con la vida, con la fe. Y es esa fe la que despierta, abre los ojos al funcionario y a toda su familia. En el tiempo de pandemia dónde a veces sentimos que algo nos “ha robado” la vida cotidiana, o tantos han sufrido la despedida de muchos, Jesús nos recuerda el signo de la vida, esa vida que brota de la fe, fe que implica un nacer de nuevo para poder decir que ya no tenemos sed, porque él nos ha dado el agua de la vida. No la dejemos perder ¿Crees que tu fe es fuente de vida para ti y para todos los que formamos la comunidad humana? ¿Qué “tierra nueva” nos espera?
Hno. Rafael Romero Licdo filosofía
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