COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Tú estás conmigo, Señor
Los versículos anteriores me resultan más significativos que las quejas posteriores. “Señor, tu me sedujiste, y yo me dejé seducir; fuiste más fuerte y me venciste…” Otras traducciones en lugar de “sedujiste” ponen “me engañaste”. Me parece más dura esta expresión. Jeremías se vuelve un tanto quejica, por eso se habla de las “lamentaciones de Jeremías” A él, como a nosotros muchas veces, nos gustaría “no pensar más en el Señor, no volver a hablar más en su nombre” -tentación propia de los predicadores-, pero su palabra se convierte en fuego interior, que atraviesa el ser entero del predicador o del cristiano que se ve impelido a dar testimonio de su fe. Todos sabemos del cuchicheo a las espaldas de uno, las críticas y las acusaciones a la que estamos expuestos. El profeta es consciente y con él, nosotros, a que los mismos amigos nos fallen. Dice Jeremías ¡Hay terror por todas partes! expresión muy repetida en su predicación, que le lleva a tener una visión un tanto pesimista; quizá no le faltase ese punto de razón para tal queja. Y una vez más, el pero… Tú estás conmigo, Señor y se produce una vuelta a la confianza en Él, que para eso nos sedujo y nos venció.
A cada paso debemos renovar nuestra adhesión a Él, de lo contrario, quedaríamos sumidos en una honda soledad y depresión y en una posible ausencia de fe. Pero si Él nos tiene sujetos y nosotros no forcejeamos -a veces sí- para liberarnos de Él, nuestro crecimiento personal creyente está asegurado. Sin duda, requiere tensión, cuidado, esfuerzo, pero algo nos dice que Su mano nos sostiene. Es el misterio de toda seducción limpia, de toda atracción sincera, de toda adhesión confiada.
En el peligro invoqué al Señor, y Él me escuchó
En medio de las dificultades y contratiempos, invocar al Señor como fortaleza, alcázar, libertador, roca, peña, refugio… es natural. Toda una lista de fortalezas. Solemos decir que “nos agarramos a un clavo ardiendo” cuando todo alrededor parece ponerse en contra. Nada extraño hay en ello. El salmo es una continuación de las quejas de Jeremías, pero vueltas del revés, desde el ángulo de la vida confiada. Casi es un “tedeum” exultante. Siempre que nos liberamos de algo (o de alguien), respiramos hondo y hacemos un cántico de alabanza y agradecimiento… aunque sea en silencio., para no manifestar en exceso nuestros sentimientos de liberación y no ser malinterpretados. Dios lo sabe, lo escucha y le quita importancia…
Miguel de Cervantes, siempre agudo, escribía:
“Encomiéndate a Dios de todo corazón, que muchas veces suele llover sus misericordias en el tiempo en que están más secas las esperanzas”.
Soy Hijo de Dios
En los versículos previos, los judíos rechazan a Jesús ¡qué raro! Hasta quisieron apedrearlo. Tenían afición a agacharse, coger piedras y amenazar con arrojarlas. A veces no se reprimían y las lanzaban contra alguien. Hay muchas escenas bíblicas con tales intimidaciones.
Estamos a las puertas de los sucesos de Semana Santa. El ambiente en torno a Jesús se caldea, se masca la tragedia. Le tenían ganas, no soportaban que se pusiese a la misma altura de Dios. Era un blasfemo. Las cosas buenas que había hecho les parecían bien, pero ser tan osado como para identificarse con Dios, era demasiado. Jesús solo había dicho: Soy hijo de Dios. Eso ya les parecía un horror. ¿Qué de quién serían ellos? A nosotros, que también tenemos conciencia de nuestra filiación divina, nos parece una maravilla. Nos da seguridad. ¡Somos hijos e hijas de Dios! ¡Qué más podemos pedir! A ninguno se nos ocurre decir que somos Dios, a lo máximo que llegamos es a decir que somos “icono de Dios” “imago Dei”, “imagen de Dios”. Hijos e hijas, en suma; ¿para qué más? Con tal de ser hijos buenos, es suficiente. Porque todos sabemos que ¡hay cada hijo por ahí!
Jesús nunca trata de demostrar nada, simplemente mostrar sus obras, para que al menos creyeran en ellas. Lo mismo nos pasa a nosotros, nada de presumir de tales o cuales acciones, simplemente mostrarlas y que por ellas nos juzguen; y aunque a veces no son todo lo buenas que debieran, siempre queda nuestra capacidad de pedir perdón, de reconocer nuestras limitaciones, de reorientar la vida… Esta Semana Santa es un buen momento para que reorientemos, redirijamos la vida desde el alimento de la Cena última, pasando por duro doloroso camino después de estar orando en el Huerto de los olivos y caminar con Él en el Vía crucis/Vía Lucis, hasta la tumba; una tumba que pronto estará vacía, pero que rápidamente se llena de Luz resucitada, resucitadora. “Hay una grieta en todo: así es como entra la Luz”, cantaba Leonard Cohen. ¡Ah, las grietas de la vida! Si somos fieles a Dios, no tarda en entrar la Luz.
“La luz de Dios parece que sólo puede quemar en la tierra con el aceite de nuestra vida. Sobre todo con el aceite de la justicia y del amor”. (E. Schillebeeckx).
El final de los versículos es genial: Quisieron apresarlo, pero Jesús se les escapó de las manos. Supo zafarse y dejarlos con las ganas. Volverían a las andas. Lo sabemos bien: los insidiosos y malvados no renuncian fácilmente a sus planes. Dentro de unos días lo veremos: Jueves y Viernes; además, cada día lo constatamos. Pero siempre hay un Sábado…, aunque a veces tarda en llegar.
Hno. Rafael Romero Licdo filosofía
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