COMPARTIENDO EL EVANGELIO

 El itinerario cuaresmal concluye.

En este año de tantas muertes y muchas tan cercanas, y ya en vísperas del domingo de ramos, la Palabra de Dios nos convoca a valorar y a agradecer la Redención: vencida está la muerte, el mal, el pecado. Este era el plan de Dios que los profetas, como hoy Ezequiel, presentaban a su pueblo,  anunciando la restauración mesiánica tras el destierro y el establecimiento de una alianza eterna. El salmo recogido en el profeta Jeremías canta la felicidad de los redimidos. Felicidad y gratitud es lo que la Palabra de Dios este sábado nos suscita. Felicidad y gratitud por el inaudito don de Dios que también recoge la oración de la colecta de esta quinta semana de Cuaresma: Comprender el amor que movió a su Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo.

Jesús murió para reunir a los hijos de Dios dispersos

Las autoridades judías ya han decidido la muerte de Jesús. Pero Él en el Cenáculo celebrará en su Pascua la liberación de toda la humanidad. “Jesús -ha escrito Benedicto XVI-,  “anticipa su muerte (en la Eucaristía), la acepta en lo más íntimo y la transforma en un acto de amor. Lo que visto desde el exterior es violencia brutal, la crucifixión, se convierte desde el interior en un acto del amor que se entrega totalmente. Su amor perfecto ha conducido de nuevo el mundo a Dios”. 

La Redención, llevada a cabo por medio de la cruz, ha vuelto a dar al hombre la dignidad y el sentido de su existencia (Redemptor hominis). Nadie queda excluido. “De su divina y bienaventurada pasión - dirá san Ignacio de Antioquía- somos fruto nosotros”.

Se está despertando en nosotros la llamada a corresponder a un don tan grande. 

“El silencio de Dios está a la espera

del amor de los hombres,

que Él quisiera fuera un sí,

y la plenitud de su amor a todos nos diera” (Himno Liturgia de las Horas Sábado Santo)


Hno. Rafael Romero Licdo filosofía 

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